1. No delegar tareas fácilmente delegables.
Este punto es imprescindible para regarlarte tiempo de valor para la empresa. A veces, los pequeños empresarios solo vemos el coste en euros que representaría que alguien interno o externo se encargara de esas pequeñas tareas. Si le asignáramos un valor en euros al tiempo que nos quitan, veríamos que compensa delegarlas porque así podríamos invertir ese tiempo en tareas que aporten más valor.
2. Controlfrikismo.
Pero, una vez tomada la decisión de delegar esas tareas, es probable que pases las horas controlando al personal. Este control proporciona cierto confort, pero los demás solo piensan en huir. Además, seguirás empleando casi el mismo tiempo en controlar, pero añadiendo el de la tarea delegada. Hay que confiar en el equipo y ayudarles a desarrollar esa tarea. ¡Lo más probable es que lo hagan mejor que tú! Por supuesto, debemos tener mecanismos sencillos de reporte, pero que no sea microgestión.
3. No gestionar bien el talento.
Siempre debes pensar en el equipo como las personas que pueden hacer lo que se necesita hoy pero también lo que se necesite en el futuro. De esta forma, la empresa se desdobla hacia una organización futura. Y tú te ajustas mentalmente.
4. No contar con la tecnología.
No solo se trata de pensar en nuevas herramientas propias de cada sector, sino en automatizar algunas tareas o actividades; o contar con partners que dominen ciertas actividades y que puedan formar parte de tu ‘empresa extendida’. Piensa en qué necesitas para tener la tecnología a tu servicio, no al revés. Si tienes que resolver un problema, es posible que una empresa nicho o más grande ya lo haya resuelto antes.
5. No analizar la rentabilidad de cada cliente.
O dicho de otra forma: «Cada uno tiene los cliente que se merece». Merece la pena analizar la rentabilidad real de cada cliente o cuenta (no ignores el coste indirecto interno). Analiza atentamente si se puede mejorar. Quizás llegues a la conclusión que algunos clientes «dinamitan» tu energía y tiempo para crecer.
6. No repensar los procesos para cada tipo de cliente.
Este pecado está muy ligado al anterior. En lugar de «despedir» a alguno de tus clientes, piensa qué se puede cambiar de cómo estás haciendo las cosas. De nuevo, cuenta con tu equipo ya que «sabe el que hace». A veces, incluso te puedes llevar la sorpresa de que el propio cliente te dé la clave de los cambios necesarios para que sus proyectos no se conviertan en un número rojo en tu cuenta de resultados.
7. Contagiar actitudes negativas.
Por ejemplo, el miedo es contagioso. Si tienes miedo, tu gestor de proyectos transmite miedo, el comercial transmite miedo… La actitud que define la cultura de una empresa emana desde arriba. Debemos estar cómodos con los cambios, las nuevas iniciativas y hablar con honestidad a los clientes: “Este cambio es para ofrecerte un servicio mejor”. Además, a menudo nos construimos una historia en la mente que no es real: «Mi cliente no está interesado en este nuevo servicio». ¿Por qué no?
Arancha Caballero
Fundadora y directora de Nuadda (https://www.nuadda.com/)
Presidenta de ANETI
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